jueves, 29 de abril de 2010


Si hubieran sabido lo que aquél día iba a suceder posiblemente no hubieran dejado salir a Carlos de casa. Le habrían dicho que no. Lo cierto es que tras una discusión con sus padres salió de casa dando un portazo. No era la primera vez. Tampoco lo era que sus padres lo consintieran. Tenía aparcado el Scooter en los soportales de la plaza. -Ponte el casco-, dijo su madre antes de perder a su hijo de vista. Le habían comprado el ciclomotor como premio por haber aprobado la ESO., aunque repitiera cuarto un par de veces. Carlos se creía que lo sabía todo, que todo lo controlaba, el casco entre las piernas, el pitillo en la boca y las gafas de sol puestas. El pelo bailaba porque no se había puesto gomina. Carlos también fumaba, sí, ya se sabe, a los dieciséis uno quiere ser mayor. Mayor. Enfurecido iba por la calle cuando un ceda el paso se interpuso en su camino. Se lo saltó. Por el lado izquierdo venía un coche antiguo, de color rojo, muy grande, da igual a marca. Se lo llevó por delante. Esta es la historia de Carlos y son muchos los Carlos de este país, lamentablemente. La historia la conocí en Toledo, en el hospital donde trabaja la mamá de Carlos. Aún sigue llorando cada mañana, y cada noche.

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