sábado, 29 de mayo de 2010

Una mañana cualquiera

Digamos que he madrugado. A las ocho de la mañana ya estaba yo corriendo por el parque lineal en dirección a la vía verde que acompaña el Canal de María Cristina. La niebla me ha envuelto durante los 45 minutos de carrera, suficientes para el cuerpo, y para el espíritu. De regreso ha casa he prestado atención a mi alrededor. He coincidido también con gente caminando, corriendo o montando en bicicleta. Otros estaban tomando el café, con el sol y sombra correspondiente, previo al trabajo. Algunos jóvenes llegaban a sus casas completamente borrachos, fuera de sí, y algún ciudadano que otro empezaba el día echando en las máquinas tragaperras el alimento de sus hijos. Al llegar a casa he estirado los músculos, me he duchado, he desayunado y me he puesto a estudiar. Antes he pensado en esos jóvenes y en si lograran algún día quererse y respetarse así mismos; y en los señores y las señoras de las máquinas tragaperras, en si tan mísera es su vida como para tirar en una estúpida máquina, llena de luces y sonidos absurdos y estridentes, los cuartos del alimento de sus hijos.

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