viernes, 4 de junio de 2010

La hora del amor


Me daba miedo coger una novela o un ensayo que me enganchasen porque no sería la primera vez que sacrifico algún examen que otro por el vicio de la lectura. Por ello he visitado los estantes de mi biblioteca y rebuscando me encontré con la obra de teatro “Odiseo y Penélope”, de Mario Vargas Llosa, aún sin leer. Efectivamente me ha enganchado, lo sabía, pero hemos solventado el problema en dos ratos y así, por lo menos, me he quitado el mono de lectura de la última semana y puedo seguir preparando mis exámenes de Derecho.

Concluida la guerra de Troya, Odiseo inicia el regreso a Ítaca después de veinte años de ausencia. Le esperan un reinado, su pueblo y su fiel y paciente esposa, Penélope, que continúa mostrando una loable entereza y lealtad a su esposo ante presiones varias. De regreso los obstáculos y aventuras se suceden de la mano de la gruta de Polifemo, el palacio de Circe, la morada de las sombras, el canto de las sirenas, los monstruos marinos,..., hasta que finalmente llega a Ítaca.

Dice Mario Vargas Llosa que no se dedicó al teatro debido a la escasa presencia del mismo en la Lima de su primera juventud. Opto, sin embargo, por la novela y es en la actualidad uno de los mejores y más prolíficos narradores contemporáneos. Después de leer esta misteriosa, filosófica –no son pocas las cuestiones que a uno le surgen a lo largo y ancho de su lectura- y cálida obra de teatro un servidor cree haber conocido al Vargas Llosa dramaturgo.

“PENELOPE: ¿Sabes que me cuesta creer que hayas vivido todas esas aventuras? Las que me has contado y las que te quedan por contarme. Se me ocurre, de pronto, que, más que un aventurero, eres un fantaseador. Un contador de cuentos. Uno de esos embaucadores que divierten al público en el ágora con fantasías extravagantes.

ODISEO: Tal vez no estés lejos de la verdad, Penélope. Te confesaré un secreto. Cuando me oigo refiriendo aquellas peripecias ante extraños, ya no estoy muy seguro si es mi memoria la que habla por mi boca, o mi imaginación. Contándolas, las vivo, cierto. Pero no estoy seguro si de veras las viví, o si, al contarlas, cambiaron tanto que es como si las estuviera inventando.

PENÉLOPE: Ha comenzado a amanecer. ¿Vamos a seguir recordando tus aventuras o quieres descansar?

ODISEO (Imitándola): Ésta ya no es la hora de los cuentos, sino, de nuevo, la hora del amor”
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FIN

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