martes, 5 de febrero de 2013

Retrato de un bibliómano


Jacques Bonnet
Bibliotecas llenas de fantasmas
Traducción de David Stacey
Editorial Anagrama, Col. Argumentos
Barcelona 2010



¿Leer le cansa tan poco como nadar a un pez o volar a un pájaro? ¿Lo hace de forma compulsiva? ¿Le cuesta desprenderse de los libros que pasan por sus manos? ¿Piensa cambiar de casa por falta de espacio en su biblioteca? ¿Su mujer, su marido, le ha dado un ultimátum? ¿Se ha gastado los ahorros de un año en un ejemplar de la primera edición de Guerra y Paz? En caso afirmativo tiene motivos de sobra para seguir leyendo. De lo contrario, también.

“Después del placer de poseer libros, poca cosa hay más dulce que hablar de ellos”, Charles Nodier. Y eso es lo que hace Jacques Bonnet (escritor y traductor francés) en Bibliotecas llenas de fantasmas, hablar de libros en general y de los más de 20.000 que tiene su biblioteca en particular. Estamos ante un auténtico tratado de bibliomanía, término que según el diccionario de la Real Academia Española significa la “pasión por tener muchos libros raros o los pertenecientes a tal o cual ramo, más por manía que para instruirse”. Lo que distingue al autor es que no estamos ante un mero poseedor de libros. No, se trata de un lector empedernido cuyo descubrimiento, el de la lectura, “fue como un rayo de luz en la atmósfera tenebrosa de una infancia provincial en los años sesenta”, un hecho que le permitió transportarse a otras épocas y lugares y que derivó en una especie de patología que busca saciar una curiosidad infinita a través de ese espíritu sistemático que ha evolucionado con el paso del tiempo y que le empuja a leer todas las obras de un autor, los libros sobre su persona, luego los de otro autor, así como todas las obras dedicadas a un tema y a la literatura de cierta época o país. Y si a lo dicho añadimos que, como a Juliano, mientras “unos aman los caballos, otros los pájaros y otros las fieras; yo, desde niño, estoy poseído por un terrible deseo de poseer libros”, entenderemos el porqué y el cómo del tipo de bibliómano que es Jacques Bonnet. ¿Estamos ante un ensayo? Sí, así podríamos definir este largo monólogo sobre libros de no ser por el marcado carácter pasional, empírico y emocional para ser solo eso.

Tener una biblioteca con ese número ingente de volúmenes suscita innumerables cuestiones que el autor aborda con interesantes reflexiones, propias y ajenas. ¿Son todos los libros necesarios? “Ningún libro era tan malo que no fuese útil en algún apartado”, responde por boca de Plinio el Viejo. ¿Y una vez adquiridos? Tres son los destinos: leerlos, leerlos más adelante o archivarlos directamente en el lugar asignado. ¿Los ha leído todos? “Lo cierto es que, para ser útil, una biblioteca no necesita ser leída en su totalidad: a todo lector conviene un equilibrio razonable entre el conocimiento y la ignorancia, entre el recuerdo y el olvido”, señala Alberto Manguel en La biblioteca de noche. ¿Y cómo han llegado hasta las estanterías? Por un título misterioso, por un autor, por un encuentro fortuito, por los libreros, a través de críticos, amigos y escritores-maestros, por los lectores… ¿Cómo ordenar los libros? Las fórmulas son varias: clasificación alfabética, por continentes o países, por colores, por fecha de adquisición, por géneros y subgéneros (como hace el autor), etc., al final Jacques Bonnet lo que nos recomienda es el uso de varios métodos. Existen los que al orden no le dan ninguna importancia, como es el caso de Aby Warburg (1866-1929), hijo de un banquero que, según cuenta la leyenda, vendió a su hermano su derecho de primogénito –a dirigir el banco de la familia- a cambio de un crédito ilimitado para la compra de libros. El resultado fueron los más de 100.000 volúmenes de su biblioteca, libros que Warburg cambiaba de lugar sin cesar. Están otros que colocan las obras de autores de sexo masculino y femenino en estantes separados cumpliendo así con los cánones de la decencia “a menos que sean marido y mujer”; o los que, como Carlos Brauer, renuncian a colocar juntos a dos autores que no se llevaron bien en vida, como Borges y Lorca o Vargas Llosa y García Márquez, por poner dos ejemplos.

En cuanto a las prácticas  lectoras de Jacques Bonnet muchos se sentirán identificados con su “en todas partes y en cualquier posición”: en la biblioteca, en el aseo, en el autobús, en el tren, en el aeropuerto, sentado, de pie, caminando, tumbado, …, lo que ha propiciado que la lectura absorbente de títulos como El Cuarteto de Alejandría, Guerra y Paz, El hombre sin atributos, El espía que surgió del frío, Moby Dick, hayan detenido el tiempo y el espacio en múltiples momentos inolvidables.

Con un lenguaje claro y sencillo, la lectura de Bibliotecas llenas de fantasmas supone una certera, agradable y emocionante aproximación al arte de poseer libros y al placer de leerlos y releerlos (“nunca habría imaginado, al releer Anna Karénina veinte años después, que la suerte de Alexéi Alexándrovich Karenin me iba a emocionar más de lo que me iban a apasionar los sentimientos exaltados de la bella Anna por Vronski, a diferencia de lo que ocurrió la primera vez”). Miles de libros y miles de personajes, reales y ficticios, son los culpables de un mundo al alcance de Jeacques Bonnet donde tan escaso es el conocimiento que tenemos de Homero, de Virgilio o de Cervantes como abundante el que poseemos de Ulises, de Eneas o de Don Quijote.  Un mundo, una biblioteca, que “protege de la hostilidad exterior, filtra los ruidos del mundo, atenúa el frío que reina en los alrededores y da, también, una sensación de omnipotencia”. Francisco de Quevedo lo expresó en verso:

“Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos”.


*** Reseña publicada en el número 88 de la revista Clarín.

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