sábado, 16 de marzo de 2013

A su encuentro


Les voy a contar una historia "basada en hechos reales", como en las películas.

A menudo decía que la vida era como el Camino de Santiago. Para los que han llegado a pie a la ciudad del Apóstol de Compostela esto es así. Cada día es diferente, una especie de aventura. Te despiertas y no sabes muy bien que grado de sufrimiento, felicidad, alegría o tristeza te va a deparar la jornada. Pero, puestos en el camino, hay que andarlo hasta llegar al final.

Conoció a V. en el 2004. Desde entonces pasaron de ser meros compañeros de trabajo a bordar una amistad en la que poderse contar cualquier tipo de confidencia, por muy íntima que fuera. Y yo, personalmente, pienso que esa es la confianza que debe reinar en toda amistad que se precie.

Me contaba el otro día la historia de V. y la verdad es que se me pusieron los pelos de punta. Uno nunca sabe muy bien donde está el fondo del sufrimiento hasta que lo vive y lo pasa, es entonces cuando tiene lógica la expresión “toqué fondo”, porque a partir de ahí uno “se viene a arriba”.

V. llevaba un tiempo mal, no podía levantarse de la cama, a la mínima sus ojos se escondían tras las lágrimas, vivía en una permanente angustia ya que no sabía lo que le pasaba, estaba sufriendo pero no quería, y tampoco sabía muy bien cómo salir de esa situación. Así, con el pasar de los días, cayó en una depresión de caballo, si me permiten la expresión.

Tras ponerse en manos de un sicólogo, poco a poco fue sacando las piedras que durante muchos años, demasiados, había ido almacenando en la mochila que todos llevamos en la espalda. El peso de la mochila llegó a ser tan elevado que las piedras la aplastaron, literalmente.

“Resulta que la sicóloga me recomendó que saliera de casa, que caminara, que no me quedara en lo que por aquél entonces era para mí una cueva maloliente y oscura. Pues verás, resulta que iba andando por la calle después de haberme pegado una llantina que no veas, y con el suelo por horizonte mira lo que me encontré en el camino”, y sacó una estampa que enseñó a su amigo, el mío.

Para servidor está claro que aquella estampita salió a su encuentro aquella tarde, mientras paseaba por la ciudad. Al parecer estaba boca arriba, la cogió del suelo y, sucia de tantas veces pisoteada, al llegar a casa la limpió con cuidado. Se trataba de la estampa del Sagrado Corazón de Jesús, por detrás llevaba una inscripción que reza así:

“Tras del rostro del que sufre se levanta esplendoroso el de Cristo”

Cada vez que mi amigo trae a colación la historia de V. se me pone el vello de punta, igual que en este instante, mientras la comparto con ustedes. Entonces pienso en la fragilidad del hombre, y de cómo Jesús se solidariza con nosotros en la Cruz. Y nos abraza.


Imagen Corazón de Jesús

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