martes, 14 de mayo de 2013

La dictadura del teléfono

Una de las obras literarias más celebradas del mundo, El Quijote, tiene un párrafo maravilloso en el que nuestro hidalgo caballero dice a su escudero: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos…” 

Por la libertad se han librado muchas batallas. En su nombre se han orquestado un sinfín de revoluciones y conflictos que han propiciado el derramamiento de mucha sangre. En occidente nos vanagloriamos de haber alcanzado, con nuestras llamadas democracias, unas cotas de libertad nunca vividas hasta ahora, supuestamente. 

Javier Marías continúa escribiendo en su máquina de escribir Olivetti, de la que han salido magníficas novelas. Confiesa no tener teléfono portátil, con un matiz. Cuando su padre enfermó gravemente, ya en los últimos años de su vida, sus hermanos le obligaron a comprarse un teléfono portátil para estar localizado en caso de alguna urgencia. Fallecido don Julián camina por el mundo sin portar su teléfono, “tan solo cuando salgo de viaje lo llevo, y mi número solo lo tienen mis hermanos y dos o tres personas más –confiesa-, no hay nada más esclavo que estar permanentemente localizado”. 

Coincido al cien por cien con don Javier. Nos hemos convertido en personas ultra dependientes de un aparato con el que hablamos a todas horas, jugamos, vemos vídeos, escuchamos música, leemos la prensa e incluso novelas. 

Caminas por la calle y la gente va cabizbaja, con la mirada fija en el teléfono, manipulándolo, esquivando a duras penas las farolas. 

Paseas por el parque y ves a los niños jugando solos mientras sus madres, sentadas en el banco, permanecen sucumbidas a su teléfono portátil. 

Quedas a comer con unos amigos y ya no hay conversación, y menos aún interesante, pues es sustituida por las prestaciones del teléfono, que si te enseño las fotos, que si contesto el WatsApp, que si mira lo que he colgado en Facebook, que si me llaman, luego el mensaje y, en fin, que llega la hora del café y a penas los comensales se han mirado a la cara. 

En los centros de educación ya no digamos, ahora lo importante no es la explicación del profesor, sino lo que nos cuenta el teléfono, que para eso posa sobre la mesa, con el beneplácito del profesor –ay del que se atreva a quitarle al alumno el aparatito-, para ser rápidamente atendido. Cuando no es el propio docente el que se excusa para contestar el suyo. 

Los siquiatras empiezan a denunciar los trastornos que ocasiona la dependencia generada por el uso del teléfono portátil y sus aplicaciones. Ya se que tiene muchas ventajas, y que el uso moderado del mismo depende de uno, pero en lo que a moderación se refiere ya saben, Spain is diferent. 

Y les dejo, que ha sonado mi “móvil”…

¿Relacionándose? A que les suena.

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