jueves, 9 de mayo de 2013

Una naranja y cinco euros


Eran las tres treinta de la tarde y volvía del trabajo en dirección a mi casa. Ahora la escena. Caminaba por la acera de la izquierda, al abrigo de la sombra. A lo lejos, y por lejos entendamos unos cincuenta metros, un cartón sobre el suelo anunciaba que el señor que estaba sentado detrás también pasaba hambre. En sentido contrario, pero en la misma acera, se aproximaba una niña. No tendría más de doce o trece años. Nos cruzamos justo a la altura donde el cartón y el hambriento yacían en el sueño. Yo continué caminando y a los pocos segundos de cruzarnos escuché: “¿quiere unas naranjas?”. Me dí la vuelta y vi a la muchacha ofreciendo unas naranjas a aquel hombre. “Gracias, no rechazo nada”, respondió una voz tímida, quebradiza, como sin fuerzas. “No hay de qué, le daría un poco de dinero pero no me ha sobrado nada”, apostilló la joven. “No se preocupe, con las naranjas engañaré al estómago por un tiempo, gracias de veras”, concluyó aquel hombre. La muchacha continúo su camino mientras el afortunado pelaba con sus manos la primera de las naranjas. Se había dirigido a la joven hablando "de usted". Yo emprendí de nuevo la marcha. Al llegar a casa saqué del pantalón los cinco euros que llevaba en el bolsillo.


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