martes, 9 de julio de 2013

Lumen Fidei (2/2)

Acabo de terminar de leer Lumen Fidei.

Y empiezo concluyendo: ¡Cuánto Bien va a hacer Lumen Fidei! Menudo regalazo, para los que tienen y para los que no tienen fe.

En Transmito lo que he recibido, la tercera de las cuatro partes, el Santo Padre nos habla de la Iglesia como madre y transmisora de la fe, de la importancia de los padres en ese transmitir, nos explica de forma clara y concisa porqué hierran los que “creen, pero no en la Iglesia”, y hace especial hincapié en la importancia de los sacramentos en general, y del Bautismo y la Eucaristía en particular, para la transmisión de la fe. Todo ello sin perder de vista elementos esenciales como la oración o el cumplimiento de los diez mandamientos (decálogo). Del mismo modo nos advierte (algo que quizás hayamos perdido de vista en estos tiempos donde impera el “todo vale”), al abordar la unidad e integridad de la fe, de esos nuevos herejes, que fueron viejos en otros tiempos. Señala San Pablo: “yo sé que, cuando os deje, se meterán entre vosotros lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño. Incluso de entre vosotros mismos surgirán algunos que hablarán cosas perversas para arrastra a los discípulos en pos de si” (Hch 20,27). A esos mismos lobos también se refirió en su día Benedicto XVI.

Por último, en Dios prepara una ciudad para ellos, S. S. Francisco nos habla de la importancia de la fe para el bien común en esa “ciudad que Dios está preparando para el hombre”, donde la justicia, el derecho y la paz, han de reinar. Una ciudad en la que Lumen Fidei señala a la familia como principal protagonista, invitando a los padres para que “cultiven prácticas comunes de fe en la familia, que acompañen el crecimiento en la fe de los hijos. Sobre todo los jóvenes… deben sentir la cercanía y la atención de la familia y de la comunidad eclesial en su camino de crecimiento en la fe… Los jóvenes aspiran a una grande”. Nos habla también de fe como luz para la vida en sociedad, y nos alerta: no puede haber auténtica fraternidad entre hermanos si perdemos de vista la referencia al Padre.

Emotivo el apartado dedicado al sufrimiento. “El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona y, de este modo, puede constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor”. ¿Acaso no recibieron luz de leprosos y pobres San Francisco de Asís y la Beata Madre Teresa de Calcuta?” En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, inició y completa nuestra fe”.

Como no podía ser de otra manera, en una Encíclica que lleva por título el de La Luz de la fe, el Santo Padre se despide de sus fieles con la “bienaventurada que ha creído” (Lc 1,45), que no puede ser otra sino la Virgen María, madre de Dios, aquella que nos recuerda que “quien cree no está nunca solo”. Yo lo he experimentado, y doy fe.


Concluyo con el inicio: ¡Cuánto Bien va a hacer Lumen Fidei! Léanla, aunque no crean, pues en cada uno de nosotros, de ustedes y de servidor, independientemente de nuestro credo, estoy seguro que han pensado tanto Benedicto XVI como el Papa Francisco a la hora de escribirnos esta Carta.

Hermanos en Cristo

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